El pan de cada día
…y ganarás el pan con muchísimo sudor y una batuta
Carmen Ros
Exterior: copas de árboles a las nueve de la noche, luces encendidas en las ventanas de los edificios de enfrente. Interior: departamento de Francisco Grijalva Vega, recién salió un grupo de estudiantes que cantaba, algunos llevan partituras dentro de un fólder. Francisco y yo nos sentamos frente a frente. De momento, hay tersura en su voz. Se gana el pan de un modo melodioso, porque es director de orquesta y de coros, pero, apunta con el dedo índice: “soy un intérprete, como un decodificador histórico del arte musical, en el sentido de que una partitura hecha hace 200 años, yo la puedo decodificar, reanimar”, enfatiza.
Si bien se gana el pan de manera melódica, no es menos cierto que lo hace con muchísimo sudor y esfuerzo (acaso mucho más de lo que prescribió Dios en el Génesis). Por ejemplo, los martes, Francisco está despierto alrededor de las siete de la mañana (como todos los días), sale volando para llegar a las nueve a dar una clase de composición musical “a un muchacho que está inmovilizado de la cintura hacia abajo. Este chico ya es compositor residencial, en orquestas en Montreal, está componiendo la música para un ballet muy interesante, porque es medio autobiográfico: hay un bailarín que está siempre en una silla de ruedas con motor, como la que usa el chico”. Después de esa clase, Francisco desayuna en donde puede, tiene prisa, va a uno de los planteles de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, institución a la cual entrega casi todo su tiempo como director de coros y de orquesta. Los martes “voy al campus del Centro Histórico, doy un poquito de solfeo. Estamos iniciando el semestre, así que hago audiciones a los muchachos que quieren ingresar al coro, luego llega el maestro Tonatiuh de la Sierra, pianista que me ha estado acompañando durante ocho años en el ensamble coral de la universidad, él me acompaña toda la parte musical que va con la parte vocal”.
Alrededor de las cinco de la tarde, el maestro Grijalva llega, pitando, a su casa para dar un de taller de canto “a un grupo de cuatro o cinco personas, cada quien escoge su pieza. La mitad de la sesión es para vocalización y la otra parte es para escuchar esas piezas y corregirlas”.
Francisco dice que quienes asisten a ese taller son muy puntuales, tanto para llegar como para marcharse, pues “después ensayo con el Ensamble coral In Arcis, con el que trabajo e investigo música barroca mexicana”. Ésta es la rutina de los martes. “Tengo doce horas de actividad profesional al día”.
El terror de cantar con las exigencias de Vivaldi o de Mozart
Las jornadas laborales de Francisco cambian conforme el plantel universitario que atienda. El maestro de coro junta los dedos de sus manos y mira la mesa de su sala, en realidad está configurando con palabras una reflexión, la tensión en su rostro lo expresa: “En Cuautepec (uno de los campus) la gente no se esperaba tener una universidad y menos que alguien que les fuera a montar Vivaldi o Brahms, o que los pusiera a cantar el Réquiem de Mozart o el de Fauré”, dice imprimiéndole mayor volumen a su voz. El maestro Grijalva cuenta que, este semestre, el coro de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México está montando los Valses de Amor, de Brahms, “esos se cantan, la partitura original fue escrita para dos pianistas en un piano y cuatro voces: soprano, contralto, tenor y bajo”.
Son 28 las voces que conforman el coro de la UACM. El maestro Grijalva agrega que con ellas, junto con la orquesta, “hacemos lo que se llama conciertos sinfónico-corales”. Autores clásicos, pero la música popular mexicana también está incluida en el repertorio: “me he dedicado más bien a rescatar música en lenguas originarias, nuestro coro canta en purépecha, en maya y zapoteco”. Y éste es el resultado, en maya: https://www.youtube.com/watch?v=glSbRXw0OFE
¿Cómo viven los estudiantes del maestro Grijalva tener en la garganta composiciones como la de Brahms? “Primero les asusta, es maravilloso ver la cara de asombro que ponen cuando les digo que vamos a montar, por ejemplo, el Gloria, de Vivaldi. Se quedan pelando los ojos, con una incredulidad absoluta, y me ven como diciéndome <<¿Usted cree que yo voy a montar eso tan difícil, en esa lengua tan extraña como es el latín, cree que yo voy a cantar así? Está loco>>.
Una sensibilidad comprometida
Parte del espíritu con el que trabaja este director de coros y de orquesta, quizá provenga de sus convicciones, para él, la convivencia coral posibilita un ecosistema muy extraño, porque a pesar de las diferencias “— puede haber filósofos, artistas, ingenieros panistas, priistas, morenistas, perredistas, señoras de la vela perpetua junto con ateos—”, todos apuestan por lo mismo, “lo decía Goethe: que la música regala la esperanza de un mundo mejor”, declara el director mirando a quién sabe dónde, con una mano sobre la boca, enmarcada por barba y bigote, arruga los ojos; y luego afirma que en la cotidianeidad, al arrojar el cuerpo en el metro mostramos exasperación y rabia, también intimidando con los automóviles, “nos mentamos la madre, pero cuando tú entras a este salón de coro, a trabajar con delicadeza una cosa tan sofisticada, yo creo que la gente empieza a sentir la vida de otra manera”. Y esto ¿representa alguna dificultad? Francisco frunce la nariz, se ajusta los lentes y responde encarando como quien responde a un reto: “sí, que los muchachos crean en sí mismos, yo creo que eso es enseñar, ponerles un espejo en frente y decirles: <<“Ése que estás viendo es valioso, puede llegar a cantar divino, y te darás cuenta de la dimensión que realmente tienes>>. Lo más difícil es enseñarles a los muchachos que pueden seguir un camino luminoso”.
Director de orquesta y de coro, pero también un maestro que sabe educar gargantas, para que sean utilizadas como instrumentos musicales, dóciles y armónicos. Sí, la sensibilidad está comprometida en este modo de ganarse el pan, pero también lo está una formación artística rigurosa: “entré al Conservatorio y ahí estuve 15 años”. Antes de llegar a esa institución, niño aún, fue instruido musicalmente por diversos profesores y, después, “a los 16 años estudié canto con el maestro de coro de la secundaria de mi madre, era clarinetista y oboísta y primo de Lucha Reyes”. Muchos años más tarde, el Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT), lo mandó a Cuba para que aprendiera percusiones. “El trabajo era rodizio, o sea, ir rotando los instrumentos: el bongó, la tumbadora, el timbal, las percusiones de mano. El maestro, se llamaba ¿Barbarito?, había sido percusionista de Irakere, un negro grandotote, de dos metros. Nos enseñó golpes de rumba, que se compone de tres ritmos de tradición yoruba: guaguancó, columbia y chambú, decía << Vamos a hacer el guaguancó, a ver les explico: kon, kin, kin, kon; kon, kin, kin, kon. ¿Entendieron? Si no, se los escribo en el pentagrama>>”.
Parte del trabajo de este director consiste en que el coro y la orquesta de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México realicen presentaciones y conciertos, por ejemplo, en la Feria del libro del Zócalo, la Feria del libro del Museo de Antropología, el día de muertos en Mixquic, y hasta en las calles de Milpa Alta. En las cárceles, los presos han escuchado tanto el Gloria, de Vivaldi, el Réquiem y la Lacrimosa, de Mozart, como villancicos y música popular y, gracias a este trabajo artístico, una lucha política adquirió un nivel y un tono distintos: “ya una vez nos manifestamos frente a la SEP, esa ocasión presentamos Carmina Burana”. (No, pos hay que ponerse de pie. —Reconozco que este último comentario trastorna la objetividad periodística, pero no quiero borrarlo).
Para ganarse el pan con melodía y esfuerzo, ¿hay algo que obstaculice a Francisco Grijalva Vega? El director vuelve la mirada hacia un punto inidentificable, deja que pasen unos segundos que me parecen semanas y, por fin, responde, su voz tiene contundencia: “el prejuicio de que el arte no tiene una utilidad económica y, por lo tanto, no genera bienestar. El arte da esperanza si nosotros le damos ese sentido, pero, sobre todo, embellece la vida”.
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