Por: Sandra Becerril*
Hace diez años, sentada en una cafetería, intentando perderme por un rato con un té, embarazada de cuatro meses, enojada porque no me habían dejado estacionarme en un lugar para mujeres embarazadas porque el policía insistía en que “no se me notaba”, un desconocido se fue olvidando un libro grueso en un sillón. Los meseros no lo alcanzaron, así que lo tomé. El título era “Crónica del pájaro que da cuerda al mundo”. Ahí, descubrí a Haruki Murakami y desde entonces no lo solté. Existen muchas razones por las Murakami (Japón, 1949) me atrapó. Es un escritor entrañable que tiene una increíble libertad al crear cosmos paralelos y personajes que van hasta las últimas consecuencias sin el menor pudor que contagian al lector de esa melancolía irremediable del Oriente. Entre más me metía en las lecturas de sus novelas y cuentos, más me percataba que parecen un diario íntimo. De pronto, cuando alzo la cabeza de sus novelas, me queda la pregunta flotando en el aire: ¿Dónde está esa realidad de la que escribe? ¿Dónde queda el mundo que estaba afuera? Murakami con descaro y con total naturalidad va directamente a sus creaciones de fantasía sin más explicación o preámbulo. Escribo esto sentada a unas horas de que se ha dado a conocer el premio Nobel de Literatura, aún ayer estaba segura de que él lo ganaría a pesar de ese proceso lleno de secretos, política y recomendaciones aunque supongo que para seguir siendo la impredecible Academia Sueca de siempre, es muy posible que mañana encumbre en la literatura a alguien cuya biografía tendremos que buscar en internet. No cabe duda que del mismo modo que hay varios tipos de literatura para toda clase de lector, hay también varios tipos de escritores, cada uno con su propia visión del mundo; leyendo sobre él, me entero que Haruki Murakami es fanático de la serie Lost, incluso compró una casa en Hawai, obsesionado con el programa. Todas las mañanas, se levanta antes del alba para ponerse a trabajar. No lo dudo, autor de best sellers como Kafka en la orilla (2002), After Dark (2004), Underground (1997), Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (1994) y Tokio Blues (1987) entre otros, luego saldrá a correr y nadar, escuchará jazz, traducirá clásicos contemporáneos del inglés al japonés y estará en la cama antes de las nueve. Mañana, espero, seguirá escribiendo realidades fantásticas extrañas que los críticos Occidentales califican de posmodernas. Él es una persona seria que entre más realista se vuelve, más fantásticas son las cosas de las que escribe, su imaginación se desata y es libre. No tiene amigos escritores (lo cual impresionaría a los hipster de la Colonia Condesa quienes juran que ellos conocían a Murakami antes de que cualquier supiera de su existencia), casi no da entrevistas, es muy poco social y ama a los gatos como se puede apreciar en varias de sus novelas. No presume de haber escrito su primera novela cuando era niño, no. Él escribió su primera novela, Hear the wind sing, a los 30 años; mientras veía un partido de baseball en Tokio, con una cerveza en mano se le ocurrió que podría ser escritor ¿por qué no?. Antes, quería ser músico, era su sueño. Se nota en sus novelas sin perder jamás el ritmo que le imprime a la narración, las letras bailan al compás de su magia y armonía. “En la vida, todo es una metáfora”. Hasta la fecha la obra de Murakami ha sido traducida a 42 idiomas y ha aparecido en las listas de best-sellers de países como Corea del sur, Australia, Italia, Alemania, México y China. Sin embargo, la literatura japonesa de ficción no es tradicionalmente popular en occidente, según uno de los traductores de sus novelas al inglés, el profesor de Harvard Jay Rubin. “El novelista de la posguerra Yukio Mishima fue muy aclamado, pero nada a este nivel.” Murakami dio su salto la popularidad en Japón en 1987 hasta su quinto libro, Norwegian Wood. El nombre tiene su origen en una canción de los Beatles. Es una nostálgica historia de amor acerca de un grupo de jóvenes que viven en un sanatorio en las montañas, a las afueras de Kioto.
Con diálogos fluidos, crea personajes psicológicamente complejos, resquebrajados en un universo tambaleante entre la locura y la realidad aunque esa realidad sea peligrosa en su “normalidad”. Esa normalidad metafórica. Y aunque viva con sencillez y no le guste que lo reconozcan en la calle, no se puede negar que Murakami se ha convertido en un escritor que sumerge a millones de lectores en todo el planeta en complicada melancolía e introversión. Personajes solitarios que han sido capaces de convertirse dentro de sus historias en algo más, algo trascendente e inimaginable. A pesar de que los libros de Murakami sitúan las historias en Japón, abordan temas como la soledad, el aburrimiento y la pérdida, por lo que tienen significado para los lectores de cualquier parte del mundo, de todas las edades.
El cine también ha volteado sus ojos hacia este autor, por lo que en el 2004 Jun Ichikawa llevó a la pantalla grande el relato “Tony Takitani”, drama psicológico que cuenta la historia de Tony Takitani, un pintor e ilustrador de existencia aislada que terminará enamorándose de Eiko Konuma, iniciando una relación problemática. Tres años después, Robert Logevall dirigió otra película basada en un relato corto de Murakami: All God’s children Can Dance. Un joven de Los Ángeles, que ha crecido creyendo que es el hijo de Dios, intentará encontrar en la ciudad californiana a un hombre de una sola oreja que piensa que puede ser su padre. La más reciente adaptación del trabajo de Murakami es un largometraje de Anh Hung Tan, la afamada “Tokio Blues”.
Con cada texto nuevo de Murakami, es imposible temer a la imaginación, a los sueños y a la responsabilidad que pueda derivarse de ellos. Tal y como dice el escritor: “No puedes evitar dormir. Y si duermes, sueñas. Cuando estás despierto, puedes refrenar, más o menos, la imaginación. Pero los sueños no hay manera de controlarlos.”
Como lectores, no hay que desperdiciar la oportunidad de acercarnos a los mundos que Murakami nos ofrece, empaparnos de ellos, sumergirnos en su melancolía para después, simplemente, dejarlos ser.
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