- “Sin el feminismo no habría tenido ni educación ni desarrollo”
Gaby Moreno Franco. Ojos —como dice el verso de José Juan Tablada—, casi oro, casi ámbar, casi luz. Cuando sonríe, los labios encarnados de púrpura dan marco al albor de sus dientes. Se lleva, a la boca, el pan de cada día trabajando en una firma de la cual es socia: Grupo DM. Se trata de una empresa peculiar porque, entre otros rubros, ofrece servicios artísticos a instituciones educativas. “Por las mañanas visito escuelas para proponer paquetes: tres obras de teatro y un programa, que llamamos READ, para introducir niños en el mundo del arte”, dice esta empresaria de apenas 26 años y enorme vitalidad.
Gaby, entusiasmo en la voz y en la sonrisa, ofrece tres obras de teatro a escuelas: “Una comedia y un drama —que yo escribo— y una obra clásica, por ejemplo, uno de los Entremeses cervantinos o Las aceitunas, de Lope de Vega, un autor de hace quinientos años; es increíble cuánto puede gustarle a los niños”. Pero ahí no acaba la oferta de Gaby, o del Grupo DM, sino que la extiende, pues las tres obras teatrales van acompañadas de conferencias o de charlas. “Conoce al escritor, se llama una de esas pláticas. Después de la presentación de cada pieza teatral, les doy a los niños tres cuentos para que los lean”, dice levantando los hombros y con un sonrisa más sonriente que las previas, una sonrisa hecha a punta de plenitud y orgullo por el trabajo. En esa conferencia, los niños, desde sus interpretaciones e inquietudes, le preguntan al o la creadora cómo se escribe una narración o cuanto se les ocurra.
En el Colegio Humanista de México, fue la propia Gaby la autora a quien los jóvenes estudiantes, de entre doce y quince años, debían de entrevistar o con quien debían charlar. Un día cualquiera, El vuelo de la gaviota y Margarita, se titulan los relatos de Gaby y que ella dio a leer. “Esa vez, una chavita me dijo: <<oye, en tus cuentos siempre el personaje principal es mujer, y no hay papás, por qué, ¿eh?>>. Ay, Dios, claro que eso tenía que ver con la escritora.” ¿Se deberá lo anterior a que el padre de Gaby haya sido una figura ausente? Gaby, antes de contestar, gira sus pupilas alrededor los ojos y suelta: “De niña, creo que sí. De adulto, no, para nada, él ha estado presente”.
Gaby vuelve al tema: ganarse el pan, y explica que “en la segunda obra de teatro que presento —o sea: un drama—, trato de que los chicos se identifiquen con lo que ocurre en el escenario, que ahí aparezca su cotidianeidad o su problemática”.
Después de esa representación, Gaby imparte a los niños y jóvenes un taller de creación literaria, centrado en poesía y en narrativa, aunque sus estudiantes siempre la sorprenden con sus textos. ¿De qué manera o por cuáles razones? Antes de contestar, Gaby mira en dirección a la zona de sus recuerdos y luego narra que, en un pueblito del Estado de Hidalgo, estaba dando un taller en la Casa de la Cultura, cuando “uno de los niños me avisó que ni él sus compañeros irían al taller porque el río se había desbordado y todos los habitantes estaban tratando de contenerlo con piedras”. Gaby, ni tarda ni perezosa, fue a echar una mano, se quitó los tacones y se puso unas botas de hule. “Eran negras y enormes, pues serían, por lo menos, dos número más grandes que mis pies”. En la siguiente sesión, después de la catástrofe, ella pidió a los pequeños que escribieran sobre el desbordamiento del río; sin embargo, uno de los niños lo que hizo, en cambio, fue un poema: “Estoy enfermo/ mi mamá no tiene dinero/ no puede llevarme al médico/ Ay, me duele”, rememora Gaby algunos versos de aquel pequeño poeta de un pueblo hidalguense.
En la tercera fase del contrato con la escuela o institución, esta empresaria lleva una obra clásica y, a la semana, los estudiantes hacen una revista literaria. “Ellos, los chavitos, deciden qué textos publican, así los niños se convierten en creadores, lectores y críticos literarios. Si en México no hay lectores, hay que formarlos y creo que es mucho más fácil mediante vivencias artísticas”.
De casta le viene al galgo
¿Cómo se le ocurrió a Gaby la idea de vincular teatro y escritura para niños? En su caso, la inspiración le viene de casta, porque sus padres son actores y ella, actriz. El primer papel que Gaby representó, a los cuatro años, fue el de Caperucita, durante una puesta en escena que tuvo lugar en Reino Aventura. “Hice el papel protagónico, porque la actriz no fue a la función. Mis papás actuaban en esa obra y estaban al tanto de que yo la había memorizado completamente por haberlos acompañado a todos los ensayos y a todas las funciones”. Sin embargo, ese día que Gaby debutó, estaba tan nerviosa que “quería hacer pipí todo el tiempo; ¿que si me aplaudieron? Muchísimo”. Después de esa ocasión, la trayectoria de la actriz se disparó, pues sus padres solían presentar gratuitamente pastorelas, en el patio de su casa, para los vecinos. “Mi papá me asignó un papel en una pastorela que se titulaba El día que Flamita perdió la cola. En ese momento ya tenía cinco años, y era toda una actriz”, Gaby estalla en una carcajada, y continúa: “en esa obra, me emocionaba tanto que, detrás de la cortina, yo asomaba la cabeza equipada con unos cuernos y daba gritos a la protagonista, que era mi mamá: <<Flamita, no te dejes>>”. El papá de Gaby encontró una solución para que la estrella de cinco años gozara de la obra sin ser vista: “hizo un hoyito en el telón para que yo por ahí viera la pastorela”. Más tarde, Gaby haría comerciales para televisión y, a los catorce años, actuó en la versión teatral de Rojo amanecer. “Esa fue la primera obra en que tuve que llorar. Un día hasta salí llorando de escena y mi papá me preguntó la razón: << ¿pos qué no ves que me morí? >> le dije”.
La actriz estudió actuación en el Instituto Andrés Soler y, mientras, cursaba la preparatoria en —abran bien los ojos—: el Instituto Panamericano de Aeronáutica. “Es que yo quería ser piloto”, afirma levantando los hombros.
Cálculos o versos
Volvamos al modo con el que Gaby, la empresaria, se gana el pan: “Luego de ofrecer productos —tenemos de diversos tipos, por ejemplo, la organización de eventos sociales es uno— vuelvo a la oficina, atiendo cosas pendientes y de inmediato corro a clases”. Gaby está por terminar la licenciatura en Creación Literaria, en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. ¿Cómo conciliar el arte y la aviación? Cuando la estudiante de aviación ya había cumplido ocho horas de vuelo (de cuarenta para obtener licencia para volar) y tuvo una iluminación en una clase mientras hacía operaciones matemáticas, “tenía que hacer bien las coordenadas de vuelo calculando tanto el peso del avión y como la densidad del equipaje y miré el cuaderno diciéndome <<esto no es lo mío>>”. Por esos días Gaby había estado leyendo libros de Salvador Novo y en medio de aquellas operaciones, corrió en su sangre una convicción: escribir versos y poemas como los de Novo: “Amar es este tímido silencio/ cerca de ti, sin que lo sepas/ Y recordar tu voz cuando te marchas/ Y sentir el calor de tu saludo”.
¿El desarrollo y la educación de Gaby habrían sido posibles sin el feminismo y la promoción de la mujer? ”No creo que podría estar haciendo el proyecto del Grupo DM sin estudios universitarios. Y no habría llegado a tenerlos si mi papá y mi mamá no fueran feministas, los dos me decían: <<tu lugar no es en la cocina, sino en la mesa estudiando>>. Además, el programa READ se me ocurrió a partir de que tomé, dentro de la licenciatura, un curso de Formación de coordinadores de talleres literarios. Fuera de casa sí que he sentido la discriminación por ser mujer”, dice Gaby con feminismo en la voz y el ceño casi fruncido.
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