Después de nuestro agradable paso por Chefchaouen, nos dirigimos de nuevo hacia la costa para disfrutar de la capital de Marruecos, Rabat. Junto con Marrakech, Meknes y Fes, es una de sus ciudades imperiales, aunque nunca se ha llegado a integrar dentro de los circuitos turísticos habituales. Y es una pena para esos viajeros que se la pierden, ya que es uno de los lugares que mejor combinan tradición y modernidad. No hace falta que intentéis averiguar si merece la pena que nos acerquemos allí, lo vais a descubrir en nuestro recorrido juntos de hoy.

IMAGEN DE ALBERTO MRTEH
El estuario del río Bou Regreg ha resultado atractivo desde la época de fenicios y cartaginenses. Comenzamos nuestro paseo visitando la actual Chellah, que alberga las ruinas del antiguo emplazamiento romano de Sala Colonia. Dos mil años después de su llegada, la ciudad se evoca mejor desde el elevado mirador rodeado de árboles frutales. Con la ayuda de vuestra imaginación podréis adivinar el Arco del Triunfo, el templo de Júpiter, una basílica cristiana, una fuente monumental y el antiguo foro, pero al descender por el sendero, perfumados por las higueras y distraídos por la belleza de las flores silvestres, nos decepcionará el montón de piedras en las que se ha convertido la ciudad romana. Este lugar fue visitado por sucesivas dinastías que poco rastro dejaron, hasta que los benimerines lo escogieron para construir la necrópolis que se muestra ante nuestros ojos. Nos da la bienvenida un precioso minarete decorado con colorido zellij cerámico que sirve en la actualidad como lujosa base para un enorme nido de cigüeñas. Son estas las privilegiadas inquilinas de la Chellah que la habitan hoy día protegidas por la alta muralla. Las ruinas aún permiten distinguir una antigua madrasa (escuela) y las tumbas de Abú Al Hassan Ali y su esposa. Detrás de ellas se encuentran unos agradables jardines por los que pasear a la sombra de los naranjos. El agua que circula a nuestros pies nos ayuda a creernos que formamos parte de un cuento de “Las mil y una noches”. Antes de que se rompa el encanto podremos creernos la leyenda que se cuenta sobre el estanque de las anguilas. Dice que arrojarles huevos cocidos aumenta la fertilidad de las mujeres y facilita que los partos sean indoloros.
Cojamos ahora un petit taxi para conocer el sueño de sultán Yacoub Al-Mansour. Planeó hacer una enorme mezquita que fuera la más grande del occidente árabe. Su muerte dejó inacabada la obra, pero aún podemos imaginar su proyecto al admirar el espléndido minarete. El interior del templo es hoy un ensoñador bosque de columnas. En frente de la torre de Hassan, se encuentra el mausoleo de Mohamed V, que alberga los cuerpos de Mohamed V y Hassan II, abuelo y padre del actual rey de Marruecos. Nos sobrecoge la bella construcción de mármol por su lujosísima decoración, pero a su vez nos transmite un relajante sosiego. Esta inesperada paz ayuda a fijarnos en los detalles de los azulejos tradicionales y del yeso tallado de sus techos.

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Descendemos a la ribera del Bou Regreg para pasear por su orilla. Al otro lado del río se encuentra la ciudad hermana de Salé a la que podríamos acercarnos cruzando en alguna barca de pescadores. Esta idílica estampa contrasta con su terrible pasado, repleto de saqueadores, corsarios y piratas moriscos que aterrorizaron los mares durante décadas. En cambio, hoy podemos tomar el sol en alguna de las terrazas que pueblan su renovado recorrido. Siguiendo el curso del agua hasta el océano, nos saluda la Kasbah des Oudaias. Es la zona más antigua de la ciudad, sede de la fortaleza construida por los bereberes. Nos adentramos por la grandiosa puerta Bab Oudaia y caminamos hasta el espléndido mirador que asoma al mar y al estuario. La Kasbah esconde entre sus retorcidas callejuelas algunas galerías de arte e invita al paseo hasta llegar a sus relajantes jardines andaluces. Como última parada veremos caer el sol tomando un té con hierbabuena en el Café Maure y recordaremos todo lo visto durante el día.
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