A doscientos quilómetros de la capital, última parada de nuestro recorrido juntos por Marruecos, se encuentra uno de mis rincones favoritos, al que me gustaría llevaros hoy. Se trata de los restos arqueológicos romanos de Volúbilis (Ualili en tamazigh) y del pueblo sagrado de Moulay Idriss. Es conveniente visitarlo conjuntamente ya que apenas les distancian cinco quilómetros entre sí. Cubríos la cabeza para protegeros del sol que brillará incansable sobre nosotros.

IMAGEN DE ALBERTO MRTEH
El Imperio Romano se extendió por parte de la actual Marruecos y los restos de Volúbilis son sin duda su mejor muestra. Nos dirigimos temprano al lugar para evitar las aglomeraciones de turistas que vendrán más tarde. Las indicaciones en los monumentos son pobres, así que para la visita es buena idea contratar a uno de los guías que esperan en la puerta. Sus explicaciones nos ayudarán a comprender mejor cómo fue Volúbilis en su época de esplendor, en la que llegaron a vivir hasta veinte mil personas. Merece la pena pasar por el recién inaugurado en el que se recogen algunas de las piezas más importantes encontradas en el yacimiento. Las construcciones más destacadas son el arco de triunfo, el capitolio y la basílica, pero a veces el detalle de una alcantarilla permanece con más fuerza en nuestra cabeza. El yacimiento cuenta con otras curiosidades que os dejo que descubráis vosotros mismos. Las cigüeñas han instalado sus nidos sobre las columnas que se han levantado con las reconstrucciones y se han convertido así en las actuales inquilinas de Volúbilis. El guía nos explica cómo funciona la prensa de aceite y no podemos evitar mirar a los campos de alrededor cubiertos de olivos y pensar que la vida, en lo esencial, permanece invariable. Intuimos el calor que debe de hacer al mediodía. Espero que no hayáis olvidado traer agua con vosotros. Las ruinas nos invitan a sentarnos y a descansar, imaginando cómo era el ajetreo de la Decumanus Maximus, principal vía de la ciudad. Volúbilis destaca por dos aspectos de gran belleza. El primero es la colección de espléndidas piezas de bronce que se han encontrado allí y que en la actualidad se encuentran en el Museo Arqueológico de Rabat. Y, la segunda, es su mayor tesoro. Las ruinas están salpicadas de preciosos mosaicos que permanecen in situ y que evocan distintas imágenes de temática mitológica clásica. Oímos así la historia de los doce trabajos de Hércules y lo que ocurrió tras el baño de Diana mientras suena la llamada a la oración desde algún minarete de Moulay Idriss, al que nos dirigimos a continuación.
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Moulay Idriss se considera un pueblo sagrado que se convirtió en un lugar de peregrinación para visitar el mausoleo que alberga los restos de Idriss I, personaje fundamental para la historia marroquí. El templo es accesible exclusivamente a los musulmanes y los que no lo somos tendremos que conformarnos con ver cómo se alejan por el pasillo encalado e imaginar la rica decoración de su interior. Después de comer nos acomodamos en una de las terrazas de la plaza Mohamed V para observar a sus habitantes desde una ubicación privilegiada. Desde allí podremos ver cómo transcurre la vida tranquila de este lugar que conserva un encanto antiguo. Tras el descanso, caminamos por las laberínticas callejuelas para descubrir el único minarete cilíndrico de Marruecos. En nuestro deambular sosegado por sus estrechos pasajes, nos paramos delante de un horno tradicional en el que preparan el pan o en un minúsculo taller en el que unos hombres cosen vestimentas tradicionales. Un simple saludo será suficiente para que nos inviten a pasar. Los artesanos estarán encantados de mostrarnos su trabajo. Terminamos nuestro recorrido subiendo escaleras hasta llegar a la grande terrasse, desde la que podremos disfrutar de uno de los mejores atardeceres de Marruecos. Ha estado prohibido pernoctar a los extranjeros en Moulay Idriss hasta mediados del pasado siglo, así que somos unos afortunados por poder pasar aquí la noche y hacer senderismo mañana por las montañas del Zerhoun.

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